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domingo, noviembre 21, 2004

No puedo... 

(K) No puedo con todo el peso que la fama conlleva. Sé que hay muchos seguidores míos y yo los aprecio, pero a veces una también tiene ganas de pasar desapercibida, de pasar sin ser vista.

Hace un par de semanas estuve de viaje en Londres, fui a Charistie's porque había algunos cuadros míos que se subastaban y quería estar presente, para saber que iban a parar a buenas manos. La subasta fue todo un éxito. Todos los cuadros que puse a subasta se vendieron y por un precio muy alto: Las Marianinas, Los Marianoles, El Marianito y La Mariandición de Marianbreda. Pues bien, esta mañana fui al banco, a mi banco, el Banco Sæíragosæíno, a recoger el dinero obtenido en la subasta por la venta de mis obras. Yo sabía que mi presencia iba a causar un gran revuelo, así que fui precavida y decidí ponerme una ropa que ocultara en parte quién soy. Me puse un pañuelo de Charilina Herrera, mis gafas de sol de Gusæí y un vestido sencillo de Marianttorio y Charino y me fui a la sucursal bancaria. Entré, esperé cola en la ventanilla y cuando fue mi turno, le hablé al señor cajero:

- Vengo a retirar fondos de mi cuenta
- De acuerdo, señorita. Deme su cartilla, por favor

Le di mi cartilla bancaria, introdujo el número de cuenta, y aprecié que, de pronto, su cara cambió de expresión. Vi sorpresa en sus ojos y me dice: "¿Es usted Marian, María Concepción Navarro?" No pude mentir, es algo que es superior a mí, no me gusta mentir y mucho menos a mis fans, sé que todo lo que soy se lo debo a ellos, a su apoyo, a su dedicación... Le dije que sí, que era yo, pero que quería discreción. Ésta última frase no pareció haberla escuchado, porque súbitamente se levantó de la silla y se fue a comentarle algo a su compañera. En 10 segundos, toda la sucursal sabía que yo, Marian, estaba allí. Se formó un gran alboroto, todo el mundo se puso nervioso, sólo era capaz de escuchar una frase en boca de todos: "Es ella, es Marian, está aquí". Los trabajadores se agolparon junto a la ventanilla en la que yo me encontraba, las mujeres que allí había se agruparon por parejas y empezaron a hablar bajito. Sus hijos se acercaban a mí, me pedían que les firmara en sus libretitas, me decían que cuál era mi secreto, que qué había hecho yo para llegar tan alto, que todos querían ser como yo cuando fueran mayores. Más de una persona se me acercó, me dijo que estaba mucho más guapa al natural que en mis cuadros, que eran fieles seguidores de mi obra, que tenían copias de mis cuadros colgados en sus casas... Yo no sabía qué decir. A pesar de que no es la primera vez que me ocurre (ni mucho menos), nunca sé qué hacer en esos momentos. Incluso la pantalla electrónica que medio minuto antes anunciaba cuántos euros valían un dólar o una libra esterlina, ahora no cesaba de decir "Bienvenida Marian" o "Marian, estamos muy agradecidos de tenerte aquí". No sabía qué hacer o qué decir. Yo agradezco enormemente esos gestos de cariño y aprecio, pero me abruman en exceso.

Sólo quiero decir desde aquí que gracias, gracias a todos por seguirme tan de cerca, y que siento no haber estado a la altura de los hechos, pero es que quizá sea demasiado vergonzosa, y más en esas situaciones.

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